Travesía por los Himalayas


Desde las Annapurnas, Diosas de las Cosechas, hasta Sagarmatha, la Frente del Cielo.-

miércoles, 10 de abril de 2013

Kathmandu kaótico kilombo




















Kathamandu, kaótico kilombo. El encuentro con la capital nepalesa ha sido chocante. Un tanto inesperado. Demasiada gente en calles estrechas donde se arremolina un polvo fino que se nos mete en la nariz, se nos pega en los ojos, se nos incrusta en la piel. En esas calles estrechas se disputan el paso miles de motocicletas de todos los tamaños, autos desvencijados, jeeps, y los tradicionales rickshaws con sus tres ruedas y sus carros decorados con antiguas telas brillantes opacadas por el polvo. La gente parece no inmutarse del barullo cotidiano. Nadie se queja de los bocinazos o de estar esquivando paragaolpes y guardabarros. No hay un lugar definido por el que uno deba circular, no hay veredas en casi ninguna parte, así que todo el mundo, todo este lío de personas y vehículos se mezcla por la misma senda. Las mujeres envueltas en sus telas, se protegen la boca del polvo, muchos usan barbijos. Este kilombo discurre sobre los antiguos esplendores de un escenario sorprendente, debajo del  kaos, alrededor del kaos y entre el kaos, se alzan altares que pasarían desapercibidos si uno no pudiera mirar más allá del tinte opaco de la tierra. Están entre la gente y la gente sobre ellos o alrededor de ellos. Hay miles de altares por toda la ciudad, stupas, y pagodas, budistas e hinduistas. La gente pasa y hace rodar los rodillos de oración, tocan la campana, otro sonido típico de los rincones concurridos de Kathmandu, se pinta la frente, o le da de comer a los ídolos cuyas bocas tienen siempre algo pegado, y cuyos cuerpos están siempre teñidos de rojo, y rodeados de caléndulas.  Es fácil perderse en esta maroma de espiritualidad trashumante, de ruido ensordecedor, de puestos de artesanías, y de todo tipo de negocios. No es fácil acostumbrarse, es agotador, y uno requiere la paz del silencio. Alienta saber que pronto estaremos en las montañas. Ayer vimos a una diosa viviente, la Kumari que significa “pequeña”. Sale de su pagoda budista seis veces al año, y ayer justo le tocó uno de sus paseos en palanquín dorado. La esperamos desde las gradas de otra pagoda donde se amontonaban los colores de la gente. La ciudad huele al almizcle, a sándalo, a hierbas aromáticas. A curry. Hay fuego encendido alrededor de las stupas y las gompas, la gente pasa, se persigna en la frente y cerca de la boca que musita alguna palabra extraña. La comida es picante pero de un picor nuevo, diferente. Una mezcla de especias que cuajan con agradable placer en el paladar. El té con jengibre. No hay duda que entre esta batahola contemporánea se esconden muchos misterios y una magia que aflora y que tenemos que tomarnos la calma de contemplar. Sin duda nos alimenta el alma de algo nuevo que irá aclarando con el tiempo y los pasos que demos a partir de hoy hacia más allá de las nubes. 


2 comentarios:

  1. Los quiero y los admiro. Adelante, muchisima suerte y que no se les cansen los ojos de ver lo bello y lo humano.

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  2. Gracias Adrián, tal cual según tu comentario, Nepal es un contraste acentuado entre la belleza conmovedora hasta las lágrimas y el dolor humano, también hasta las lágrimas, pero desde otro lugar del alma. Gracias por acompaniarnos!

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