Travesía por los Himalayas


Desde las Annapurnas, Diosas de las Cosechas, hasta Sagarmatha, la Frente del Cielo.-

miércoles, 22 de mayo de 2013

Kathmandu, odisea de un viaje de 24 horas en jeep entre Solleri y Kathmandu por rutas inconcebibles










 La odisea continúa, o la joda para Videomach.
A las 4 el jeep debía estar en la puerta de la pocilga. Por supuesto no está. Pasan algunos jeeps, esperamos más de una hora, ninguno es el nuestro. La dueña de la pocilga decide salir con nosotros y nos lleva a una oficina, doscientos metros de su casa, adonde nos suben a un jeep. Parece cómodo. El jeep anda dos cuadras, pega la vuelta, y nos bajan, dicen que ese no es nuestro jeep. Nos suben a otro. A eso de las 6, dos horas después de lo previsto, arrancamos. El camino es de tierra y `piedra, desparejo. Vamos a los saltos, despacio, a 10 km por hora, frenando, pasando pozos. El jeep toca bocina al pasar por las aldeas, sube gente hasta la manija, hasta completar cada hueco. A los diez minutos de haber salido, el jeep se detiene en una cola de varios autos. Hay un jeep recontraencajado en el barro más adelante y no se puede pasar. No saben sacarlo.  Aceleran, aran, y cada vez se entierra más. Martín busca en silencio unas maderas y les explica el truco de subir las ruedas a las tablas. Sale, pero se encaja otro. Yo empiezo a poner piedras que hay de sobra al costado de la ruta, en los huellones para que los jeeps que siguen, entre ellos el nuestro, puedan pasar; Martín y otro tipo acarrean piedra, canto rodado, en una bolsa y las desparraman en el barro para afirmar el terreno. Creimos, bueno, ya nos encajamos una vez, o ya se encajó uno, y eso fue todo, pero no. Esta situación se repite una vez tras otra a lo largo del día y hasta el hartazgo. La ruta, the nornal road, no existe. No es una ruta, es cualquier cosa, un caminito, y a veces ni eso, ya que en muchos tramos el jeep avanza a los golpes por entre las piedras del lecho de un río, o por adentro del río. Un desastre. Después del primer jeep encajado, un camión que venía de frente se encajó en otro charco. Hubo que sacar el camión para poder pasar. Cada vez que uno viene de frente, todos se tienen que acomodar contra la ladera o al borde del precipicio para que pasen dos vehículos donde entra uno. Otro camión encajado. Sacan al camión, pasan varios  jeeps y se encaja el nuestro. Hay que parar a comer. No sé cómo, pero agarro dos bols, me sirven fideos y salsa y Martín y yo comemos gratis. Stella sigue a dieta. En nuestro jeep va un hombre descompuesto vomitando por la ventanilla. Desde que salimos. Luego de esta parada a comer, el viejo come aunque viene vomitando –qué ganas- y cuando estamos a punto de arrancar se le ocurre ir a cagar así que todos los jeeps salen, menos el nuestro. Un bulldozer está trabajando, haciendo qué, no sé, y tenemos que esperar, y tras eso, un  camión cargado con tierra pinchó una rueda justo delante nuestro, así que no podemos seguir. Tenemos que esperar que vengan, el gato que no lo pueden poner, que no levanta, y que traigan la rueda. Five minutes, dicen, y estamos ahí más de media hora parados detrás del camión pinchado. Un rato más y hay otra parada a comer. Mal que mal y a los tumbos parece que se avanza. Ya hace como siete horas que salimos y nos habían dicho que la ruta mejoraría. No mejora nunca. Como si fuera poco, nuevamente vemos una cola detenida de autos. Hay un piquete. Son más o menos las 3 de la tarde y dicen que estarán hasta las 7. Es demasiado. Parece realmente una joda. Me bajo a hablar con los del piquete y me cuentan que la policía les pegó, por nada. El jeep agarra otra ruta. No tenemos que cruzar el piquete. No sé para qué paró entonces… 30 minutos. Hubo que detenerse en más barriales, en más pozos, y para dejar pasar a los que vienen de frente y después, tercera parada a comer. Otra vez. Otro jeep encajado. Otra vez. Cuarta parada a comer. Ya es de noche. En un momento, madrugada, nuestro conductor quiere hacerse el vivo y pasar a otro por un atajo, en vez de rodear un árbol, quiere pasar antes del árbol y se queda encajado en un zanjón de arena. Sí, es una joda para Videomatch.
Más de 24 horas después de habernos levantado a tomar el jeep, a las 4 y media de la mañana, llegamos a Kathamnadu. Hartos. Con el culo francamente roto, la paciencia curada de espanto y pegoteados de sudor y polvo. Pero llegamos. Y a tiempo. Ya es 13 de mayo. Nos queda este día para bañarnos y recomponernos un poco. Mañana 14 empiezan unas vacaciones distintas por el sudeste asiático. Esas vacaciones no quedarán impresas en este blog. Hasta aquí, la historia de dos trekkings por las Himalayas de Nepal: el circuito de los Annapurnas por el paso de Thorung La, y Sagharmata por el Valle de Gokyo y el paso de Cho La. Ojalá hayan disfrutado los relatos y les sean útiles a aquellos que quieran intentar travesías similares. 

Phaplu








No hubo vuelo charter. Por supuesto. Estuvimos en el bar a las 7 de la mañana y el petiso brillaba por su ausencia. Lo llamaron. Esa compañía, nos dijeron… había tenido un problema y no volaba ese día; además había mal tiempo. Nos devolvieron los 660 dólares sin problemas, tras esperar un pòco más de media hora “five minutes” a que el petiso que había hecho el garabato ininteligible con birome negra, apareciera. Apareció. No había vuelo. No había charter. Basta! Queríamos sí o sí salir de Lukla. Nos fuimos al aeropuerto. Uno de los chicos de ese bar nos acompañó. Pensamos en el vuelo a Phaplu en helicóptero, al menos ahí ya podíamos tomar el jeep a Kathmandu.
Nos tuvieron como maleta de loco por el aeropuerto, entramos a la sala de embarque, salimos, volvimos a entrar. Estuvimos a punto de subir a un vuelo chárter en el que nos cobraban 150 dólares. Volvimos a pagar. Ya estábamos casi por despachar las mochilas y dos colombianos, un tipo y una mina, se quejaron porque nosotros estábamos pagando mucho menos que ellos. Hicieron bardo. A ellos les convenía de todas maneras que subiéramos, porque se les abarataba el chárter a ellos, pero gritaban, es que no es justo, colombiana puta con voz de pito, sabes cuánto me cobraron en el hospital? Mil dólares me cobraron! Hemos pagado 400 dólares por este chárter! Y otro colombiano que se hacía eco. No nos subieron. Pero el mal tiempo quiso que ellos no salieran, y nosotros sí. Como maleta de locos nos arrastraron a las corridas rodeando el aeropuerto por una calle de tierra y polvo hasta la parte de atrás del aeropuerto de donde salen los helicópteros. Nos pedían 250 dólares hasta Phaplu, arreglamos por 200, el precio que sabíamos era 150, pero ya, a esa altura, se nos venía el sí fácil con tal de salir de Lukla. Los asientos del helicóptero estaban medios descuajeringados, y , además, con los asientos, no entrábamos nosotros y las mochilas, así que sacaron los asientos y nos sentamos en el piso, arriba de las mochias. El vuelo en helicóptero, breve, fue genial. Nunca habíamos volado en helicóptero. Es estable, y la vista es espectacular. Fue como una excursión a través de los Himalayas, cumbres, valles y pueblos encaramados en las laderas. Hermoso. Breve. Unos quince minutos quizás. El helicóptero bajó en un descampado donde había algunas máquinas, un pastizal pelado, y polvo, siempre polvo. Eso era Phaplu. Empezamos a caminar. Un pueblito de mierda. Miserable, pobre, sucio. Casas desvencijadas. Todo cubierto de polvo. Nos dijeron que los jeeps salían de Solleri, un pueblo más adelante, así que seguimos caminando. Hacía calor, un asco el sudor con el polvo. Caminamos una media hora hasta Solleri y ahí vimos el primer jeep. Costaba 2500 rupias hasta Kathmandu pero no salían hasta el próximo amanecer. Era el mediodía. Caminamos más. Vimos más jeeps, hablamos con más gente. Sacaban el teléfono, llamaban a alguien. Si queríamos salir ya de Phaplu nos costaba entre 20000 y 22000 rupias el jeep para nosotros, pero no querían salir de tarde porque la ruta era peligrosa para que nos agarrara la noche. No nos queríamos quedar en esos pueblos tan precarios y feos, una noche más y buena parte del día que faltaba, qué haríamos todo el día ahí, en Solleri o Phaplu. No nos quedó otra. Terminamos en una pocilga donde el olor a mugre  superaba nuestra maleable adaptación. Primero estuvimos en un restaurante oscuro donde no había nada para comer, después cruzamos a otro, ahí comimos chow mien y pensamos quedarnos a dormir, pero al momento de comprar los tickets para el jeep nos quisieron cagar cobrándonos 3000 a cada uno, así que cazamos las mochilas y nos fuimos a la mierda. Terminamos en esta pocilga. Le compramos los tickets a la dueña, 2500 cada uno. Salimos a dar unas vueltas caminando con Martín, Stella seguía convaleciente. Compramos agua y unos panes para comer. Vimos dos sedes del Partido Comunista, entré al maoísta donde había unos camaradas hablando, al pedo, porque se ve que hacen poco. La otra sede estaba cerrada.
Desde que volvimos a Lukla nos pasaron tantas cosas, tantos contratiempos, que Martín llegó a pensar que éramos víctimas de una joda para Videomach.
Primero llegamos al hotel donde teníamos la reserva y la reserva del vuelo y nos dicen que no hay vuelos, que hay espera por mal tiempo, que no tenemos ningún vuelo reservado, ni tampoco hotel reservado. Nos vamos a otro hotel. No conseguimos avión ni nada, buscamos un día. AL siguiente nos mudamos al hotel del primer día porque nos damos cuenta que la dueña tiene influencias en la mafia aeroportuaria de Lukla. Nos dice que otra vez os vuelos cancelados así que nos volvemos a ir de su hotel Paradise al Delek donde la dueña ha sido muy amable. Conseguimos los tickets para el chárter por 220 dólares, 660 entre los tres. Salimos a las 6 y media de la mañana, el tipo que nos vendió el chárter no está donde dijo que nos esperaría. El chárter no existe ese día. Nos devuelven la plata. Nos dicen que hay otro chárter. Nos cobran 150 dólares a cada uno pero aparecern los dos colombianos imperialistas de mierda, se quejan, y no podemos abordar. Empieza otra vez el mal tiempo. No salen más vuelos. Conseguimos un helicópetro a Phaplu, nos cobran 50 dólares más de lo que nos habían dicho que costaba. Llegamos a Phaplu, no hay jeeps, es un pueblo de mierda, nos dicen que salen de Solleri, siguiente pueblo. Caminamos a Solleri, hay jeeps pero no salen hasta mañana. Nos dicen que cuestan 2500, nos quedamos en un lugar donde al momento de comprar los tickets nos dicen que salen 3000. Nos vamos al carajo y caemos en la pocilga donde el ticket sale 2500. Le preguntamos a la dueña de la pocilga si hacen comidas, nos dice que sí, más tarde, se ve que tienen una fiesta en la casa. No entiende mucho inglés. Le decimos que si decidimos comer le vamos a avisar; entiende mal y cuando ya estamos durmiendo nos van a golpear la puerta, dos veces hasta que le abrimos porque dice que ya tenemos la comida. No comemos. Ya estamos durmiendo. Poco después llega gente al cuarto de al lado. Hablan, hacen barullo, y como las paredes son de cartón parece que los tenemos adentro de nuestro cuarto. Las toses de los de al lado parece que están en nuestra misma cama, y los ronquidos también. Se desata una tormenta. Relámpagos, truenos y mucha lluvia. No sabemos si tratándose de la carretera que se trata, el jeep podrá salir y llevarnos a Kathmandu.

Lukla-Varados y en espera...


En espera. Varados en Lukla. Dando vueltas. No conseguimos nada para salir hoy. Salieron como 15 avionetas, una atrás de la otra, desde las 6 y hasta las 9 más o menos… hasta que se nubló. Parece ser que temprano está nublado en Kathmandu, entonces no pueden salir hacia Lukla, y después se nubla en Lukla y entonces no pueden salir hacia Kathmandu. No es que creamos en una confabulación del clima con la mafia de Lukla, pero empezamos a pensar que todo esto está organizado, aletargado, así, para que suceda de esta manera. Todos ganan de lo que todos nos vemos obligados a poner. Mucha gente empieza a salir caminando hacia Phaplu. Alguien en el albergue nos comenta que también existe la posibilidad de salir en helicóptero a Phaplu por 150 dólates, más de lo que cuesta el avión hasta Kathmandu. Nos cambiamos de hotel con la esperanza de que la vieja del Paradise, la madrastra de la de Pangboche que entra y sale del aeropuerto como Pancho por su casa, nos consiga algo; como otros vuelos de hoy han sido cancelados, nos adelanta que tampoco tendremos para mañana. Stella y Martín salen a averiguar y encuentran un vuelo chárter por 220 dólares. Lo aceptamos, vamos, pagamos, nos dan un papelito escrito a mano en inglés, con birome negra, y una firma inintelegible. 660 dólares desaparecen de un saque en una puertita detrás de la barra de un bar. No nos queda otra, o confiamos en eso, o es nada. A las 7 de la mañana tenemos que estar en ese bar para que ese petiso nos acompañe al aeropuerto a tomar un chárter cuyo nombre de compañía ni siquiera podemos recordar ni nunca habíamos escuchado antes.  Ya es 10 de mayo. Y ya tenemos cortas posibilidades de caminar dos o tres días hasta Phaplu porque nos han dicho que el jeep de Phaplu a Kathmandu, tarda unas 17 horas, un día más.

De Namche Bazaar a Lukla










Un largo camino de Namche Bazaar a Lukla, todos los caminos que van o vienen de Namche...  Salimos a pocos minutos de pasadas las 8 de la mañana, después de hablar un rato con el chileno José Ignacio. Un chileno de Pucón a quien gustan las montañas y conoce de la Patagonia, ambos lados de la frontera. Quedamos para la Huella Andina. Vamos quedando con varios. Yo voy promocionando. Reparto algunas lapiceras que me quedaban. Ya se anotaron varios para hacerla la próxima temporada: el ucraniano, Sergei, Pepe de Murcia, y ahora José Ignacio de Chile. El sendero de hoy, de Namche a Lukla, es el regreso de lo que hicimos en dos días durante la subida, el día 1 (uno) –de Lukla a Monjo- y el día 2 (dos) –de Monjo a Namche Bazaar. Hoy, soñando que total era todo bajando, decidimos hacerlo de un tirón. Nada más lejos de la realidad, no es “en bajada”, es un sube y baja constante e interminable. Fue el día más largo. No llegábamos nunca. Sin embargo nos viene bien llegar antes de lo previsto, porque nos acabamos de enterar que hay mal tiempo desde hace varios días y los aviones no están saliendo, lo que significa que hay muchos pasajeros varados, en lista de espera, para  salir de Lukla. Al menos eso es lo que nos dicen. Los albergues están llenos de pasajeros que desde hace al menos un par de días esperan salir. Hoy, según nos dijeron, fletaron sólo seis avionetas. En cada una entra 16 pasajeros, la azafata, y los dos pilotos, y hay cientos de turistas en Lukla que necesitan regresar a Kathmandu. Nosotros creíamos ilusamente tener reservado vuelo a través de la dueña del albergue de Pnagboche cuyos padres tienen un albergue en Lukla donde también suponíamos tendríamos reservada habitación. Al llegar, no tenemos ni cuarto, ni vuelo.
Lukla es un descontrol, o al revés, un sector controlado por una mafia que vive y se enriquece de esto: reprogramar vuelos, vender enlaces en helicóptero para aquellos que no pueden esperar, y mientras esperan, a los que esperan, hospedaje y comida necesarios e ineludibles. Todo Lukla circula por el aeropuerto y tranza con unos y con otros.
Nosotros tenemos varios días de changüí y estamos deliberando qué hacer. Compramos el mapa que abarca la zona de Phaplu y Jiri y barajamos la posibilidad de salir caminando, dos o tres días hasta Phaplu, algunos días más hasta Jiri. Nuestro vuelo a Tailandia es el día 14 de mayo en la mañana. Hoy es 9 de mayo, aparentemente tenemos suficiente tiempo.  Si caminamos a Phaplu, podemos tomar un jeep desde ahí hasta Kathmandu.
En la noche salimos con Martín a hablar con gente del lugar. La mayoría de los turistas quedan varados un promedio de 3 a 4 días. Nos dicen que la ruta a Phaplu podemos hacerla en dos días y que la carretera para el jeep, si bien es un camino con deslaves, para ellos está bien y es “normal road”. Sabemos lo que significa: una cagada.
Preparamos todo como para salir caminando pero esta vez no hay equipo. Están cansados. Creo que soy la única dispuesta a seguir de a pie, aunque no era lo que pensábamos, a mí me parece por el momento la opción más viable y segura. Un helicóptero a Kathmandu nos cobra 500 dólares por persona, una guasada, la mafia del aeropuerto de Lukla. Encima que es el nº 1 más peligroso del mundo hay que lidiar con estas tranzas. El mal tiempo no amaina. Está nubladísimo y caen algunos chaparrones.
Durante el trayecto largo de hoy, Stella caminó descompuesta todo el día. Pesado para todos y peor para ella. Si caminamos a Phaplu barajamos la posibilidad de contratar un porteador, ahora sí. Nuestro trepping terminó y necesitamos correr, aligerar el peso en la espalda, ayudará.
Martín y yo hicimos el trayecto de hoy en 8 horas, Stella llegó una hora después, débil por la descompostura que la tiene a mal a traer desde la noche. Estamos en un albergue con una dueña muy simpática, muy amable. Nos cuesta 200 rupias. En el camino compramos unos bollos rellenos a 30 rupias, en Lukla cuestan 50, rellenos de papa y otras verduras, con picante!
Nos han sugerido que mañana vayamos directo al aeropuerto a las 6 de la mañana a ver si conseguimos pasajes para salir. Mañana es un día decisivo.

sábado, 18 de mayo de 2013

De Pangboche a Namche Bazaar
















De regreso en Namche Bazaar. Aquí repetimos una parte del camino. Se termina el circuito. Llegamos a Namche inmersos en una nube infinita. Perdidos en la niebla. El sendero se evidenciaba recién  al cabo de dar cada paso. Parecía imposible, pero a cada centímetro de camino, lográbamos adivinar el centímetro siguiente. Poco a poco, paso a paso, centímetro a centímetro de sendero que faldea la montaña, llegamos a Namche Bazaar. Desde Pangboche tardamos 6 horas. Paramos a comer unos momos en Phungi Thenga donde finaliza un largo descenso y donde nos encontramos con puente colgante encorvado que parecía cargar un peso invisible. O quizás sediento de las aguas del Imja Kholi que corren intrépidas debajo de él. Luego del descenso sobreviene el ascenso pronunciado. Subir y subir hasta Kyanjuma. El camino entre Pangboche y Namche Bazaar, a pesar de significar para nosotros el regreso o bajada de las cumbres, no cede en desniveles. La idea de bajar, es solamente una idea, un aliciente para algunos, una mirada a grandes rasgos sobre los números que señalan las alturas en el mapa. Este camino, de manera objetiva, es bajar y subir, bajar y subir, y bajar. Todo el tiempo se pierde pero también se gana desnivel, y se vuelve a perder, aunque cuesta ganarlo a esta altura de la travesía; más por el cansancio acumulado y el ansia de llegar, menos porque uno ha ganado a estado y las `piernas, el corazón, y los pulmones, ya están acostumbrados al esfuerzo y ni se mosquean.  Así es que en Phungi Thenga bajamos a cruzar el río y estamos a 3200 metros, pero subimos a Kyanjuma a más de 3500 y volveremos a bajar a Namche a eso de los 3400. El paisaje fue hermoso. Casi todo por bosque de coníferas donde valía mucho la pena respirar profundamente el aroma a resina de los pinos. Refrescante. Riquísimo. Pinos y rododendros. Laligurans. Colinas salpicadas de blancos, o con manchones rojos o fucsias. Cuánta belleza toda junta. Visitamos en el trayecto el monasterio de Tengboche. Construido en 1916 en este entorno tan precioso. Destruido por un terremoto y restaurado. Fue un día pleno. El tiempo resplandeció hasta cuando el camino quiso hacerse el mismo que ya habíamos recorrido, pero no fue así, no fue el mismo, la naturaleza nos premió con su versatilidad y nos regaló la niebla del atardecer. No vimos al Everest, para no decirle adiós. Quedó en alguna curva de la ladera, antes de llegar a Namche, jugando a las escondidas detrás de la niebla fiel que no cedió ni una roca del grandote a nuestros ojos. Nuestros ojos fijos en el horizonte cercano del siguiente paso.
Ningún camino es recto, menos mal, y menos que mal cuando se trata de llegar a Namche Bazaar. Ni lo sueñen los flojos o los haraganes. A Namche se llega, pero siempre hay que sortear obstáculos porque está ahí, rodeado de cerros y montañas de todos los tamaños.
Paramos en un albergue muy lindo, Lhasa guesthouse. Cuesta 150 rupias, menos de 2 dólares, para los tres. Nos dieron dos cuartos limpios y acogedores. Y al fin nos duchamos, una buena ducha, 300 rupias cada uno, un poco más de 3 dólares. Estamos como nuevos.


jueves, 16 de mayo de 2013

De Dzhongla a Pangboche

















El camino más fácil. O será que con nuestra ganada experiencia esto resulta una papa.  Salimos de Dhzongla no muy temprano, ya subía el sol. Fue una mañana espléndida. Nos sacamos fotos con Pepe a modo de darle un sentido -aunque no lo necesite porque es protagonista por sí solo- al majestuoso Ama Dablan, por otra de sus caras, y, además, para sellar con Pepe de Murcia un abrazo para la posteridad, ya que, a partir de hoy, él sigue su rumbo, escalará el Island Peak, y nosotros comenzamos el descenso, que no siempre significa bajar y solamente bajar. Vimos perderse a Pepe por encima de la colina mientras nuestro camino avanzaba recto y por un valle rodeado de monstruosas montañas, pero descampado en sí. Anoche habíamos dormido a 4800 metros, y hoy en Pangboche estamos a 3900. Casi casi la misma altura de Namche Bazaar donde preveemos llegar mañana. Paramos en un albergue pintoresco, uno de los más lindos que nos han tocado hasta el momento, aunque todos están bastante bien, sin embargo en alguno que otro nos han tocado un par de ratas traviesas comiéndose nuestras almendras, o las escuchamos correr por entre las maderas, o bueno, excusados muy muy sucios, y paredes de madera muy delgadas donde uno se despierta asustado porque escucha roncar a alguien demasiado pegado a su oreja. Pangboche es además uno de los pueblos de los Himalayas más pintorescos por los que hemos pasado. Tiene un encanto propio y especial. Las casitas con sus huertos delimitados por paredes desparejas de piedra, visto desde arriba se ven esos muros bajos que podemos saltar sin permiso, serpentear entre los terrenos recién sembrados o arados a fuerza de bueyes. Los vimos porque Pangbche tiene un monasterio antiguo, del siglo XVI, al que subimos. Erramos el camino un par de veces y justamente tuvimos que saltar la cerca de una vecina que no nos sacó carpiendo sino que nos explicó cómo llegar al monasterio. Víctima de terremotos, varias veces reconstruido en partes, y actualmente en restauración. Muy bello. Para llegar a Pangboche, retomando el camino de hoy, pasamos por el collado de Pheriche, un área muy ventosa y fría, como suelen ser los collados, el momento ese donde se arrodillan las montñas para sacarse el sombrero o darse las manos, unas a otras, esos puentes entre ellas y nosotros, los collados. Hacía frío a esa altura, viento.  Por aquí fue el trayecto más desparejo del camino, ya que hay que subir, bajar, comimos en Pheriche, y después subir  hasta el collado, para más tarde volver a bajar y volver a subir. Pero bastante tranquilo todo. Mucho camino recto, plano, sin altibajos. Todavía no aparece mucha vegetación, todavía estamos altos, empiezan a aparecer algunos arbusto, bajos, pero árboles sólo al ir ya llegando a Pangboche.
Desde Dzhonla hasta Pangboche tardamos 6 horas, una de las cuales fue de almuerzo.
El albergue, aunque es más lindo cuesta igual 100 rupias, menos de 1 dólar. Los platos de comida van de 300 a 500. La ducha se paga así que por ahora seguimos sin ducharnos, mañana se cumple una semana. Una semana sin bañarnos.

lunes, 13 de mayo de 2013

De Thannang o Dragnag a Dzhongla cruzando el collado de Cho La

















Se hizo el día más esperado. El cruce del collado de Cho La. La caminata que enfurece mis ansiedades. Me levanté descompuesta. Sería por lo mismo? Sería porque tuve mucha sed durante la noche y me levanté a tomar agua y la tomé como venía, de un baldecito. Siempre confiando en mi fortaleza, en el aguante de mis tripas. Algo no me fue bien, y quizás era la ansiedad. A pesar de haber vomitado, de no haber comido nada más, de no tener nada en el estómago, de no haber tomado vitaminas, me sentía con fuerzas para cargar la mochila y encarar la subida, el paso de Cho La. Yo, mi propio peso, mi mochila, sin porteadores ni guías. A poco de haber salido me di cuenta que mi debilidad me superaba. Estábamos ya  a casi 5000 metros de altura y no lograba avanzar diez pasos sin detenerme a respirar. Tenía que parar, muchas veces. No hacía ni una hora de haber salido, todavía se veían atrás los techos de Thannang o Dragnag y no avanzaba a mi ritmo normal. El oxígeno no me pasaba. No podía respirar. Sentía que las piernas se me aflojaban, que no me sostenían; cada paso me costaba, y me enfurecía el peso de cada pie, el peso que debería haber sido el normal, el de todos los días, el que me pertenece y este era un peso ajeno. Decidí rendirme; albergué la esperanza de que Martín que se había alentado con Pepe, el amigo de Murcia, se detuviera a esperarnos, y pasarle algo de peso de mi mochila a la suya, pero él iba muy rápido porque iba con el porteador que había contratado Stella. Martín llegó a Cho La en tres horas, y Pepe, el amigo de Murcia, en tres horas y media. Yo llegué en cinco horas! Y enseguida, detrás, Stella. Pero llegamos, sí, y no por eso hemos decidido que ya hemos llegado a lo más alto, al menos yo. Fue la subida más dura de esta temporada de trepping y de las que tengo memoria. Vertical. La pared vertical. Y había que ascender, a pesar de la negación de las piernas, lo más rápido posible porque se corre el riesgo de la erosión constante y de que caigan piedras. Caen pìedras, Hace unos años murió un porteador, iba escuchando música con auriculares y no escuchó el zumbido de la piedra. Suenan como un zumbido, como un pájaro que viene volando al ras del suelo, como una hélice desprendida de algún artefacto que baja rodando cerca del suelo, y zumba. Hay que avisparse rápido, y protegerse la cabeza, sin dejar de subir, de trepar. Hay que trepar, por enormes rocas, agarrándose con uñas y dientes para que ni el viento ni el peso de la mochila nos bandee para donde se le cante, para poder controlar el paso, el ascenso, la inclemencia, la reacción inesperada de una roca que está más arriba, la vibración de la tierra, o el vuelo desinteresado de un pájaro que altera el equilibrio que nos sostiene, sin quererlo, y nos desbarata la intención que vemos en el siguiente paso. Una roca floja. Alguien que se detuvo porque ya no puede seguir cargando un paso más. Y hay que seguir. Fue duro, y no cumplía con la ilusión de la nieve que habíamos vivido en Thorung La. No al principio. Hasta el mismo collado no caminamos sobre el colchón de nieve. Fue una subida pedregosa, pero me gustan las piedras, y les tengo confianza. Disfrutamos del collado. Comimos almendras, pasas, anacardos. Nos resguardamos en un rincón entre las rocas de las ráfagas que sacuden todos los collados, ese espacio de reunión de las montañas, ese momento de adoración, donde las cumbres parecen agacharse y dejar espacio al cielo y lo que venga de él, el sol, la niebla, el viento. Frente a nosotros, la inmensidad de las laderas blancas inmaculadas, sin ni una huella que manchara su lisa pulcritud. Una belleza. Un pequeño lago congelado y sobre él, amagando pero sin caer, caricias de estalagtitas de hielo.
La bajada fue tan ardua como la subida. Una bajada empinada. Primero la nieve. Y el hielo. Había que cruzar con botas de siete leguas porque había áreas de mucho hielo, y debajo del hielo se veía el agua. Teníamos que pisar con sumo placer y encanto para no romper la capa de hielo, no sabemos hasta dónde o hasta qué se esconde debajo. Había huecos pequeños, agujeros de cerraduras entre el suelo y un subsuelo misterioso por el que canturreaba agua helada. Cruzamos toda esa parte enorme y frágil durante casi una hora de caminata. Hubo sectores con más nieve, y entonces era más divertido. Y después piedra. Grandes rocas que debimos sortear una por una, traspasando una a otra, o a veces casi flotando sobre unas y otras. Un descenso voraz. 
Tardamos casi ocho horas en llegar a Dzhongla. Y pude hacerlo, a pesar de todo.